Algunos milagros de Santa Teresa de Jesús

Santa Teresa de Jesús (Ávila, 1515 - Alba de Tormes, Salamanca, 1582). 
Doctora de la Iglesia y reformadora de la Orden del Carmelo. El milagro representado sucedió mientras se construía la primera fundación de la santa en Ávila.

En 1561, Gonzalo de Ovalle sobrino de la santa, niño de corta edad, apareció muerto en su casa de Ávila, que se estaba adecuando para convento carmelita. El niño volvió a la vida tras las oraciones de la Santa. En la pintura de Luis de Madrazo contrasta la teatralidad y lo declamatorio de las actitudes de los personajes, la ingenuidad de algunas de sus partes, como el nimbo de la santa o el rayo de luz que penetra en la estancia, con el realismo de la representación del suelo, la azulejería, el benditero o los desconchones de la pared (Texto extractado de Los Madrazo, una familia de artistas.
Ayuntamiento de Madrid – Concejalía de Cultura, 1985, p. 175).

El último milagro de Santa Teresa



La ciudad de Ávila permaneció desde el comienzo de la guerra civil bajo dominio de los nacionales. Sin embargo, el peligro de un ataque republicano a finales de julio del 36 era inminente: la unidad de milicianos republicanos al mando del teniente coronel retirado Julio Mangada, la llamada «columna Mangada», se encontraba próxima a la ciudad, en las cercanías del Santuario de Sonsoles.

 Sin que se haya podido confirmar por qué el general republicano no atacó la desprotegida y vulnerable ciudad de Ávila —hay varias hipótesis al respecto—, el 28 de diciembre de 1936 apareció en “El Diario de Ávila” la crónica publicada en el diario francés “Le Matin”, firmado por su enviado especial a cubrir la guerra civil, Leo Gerville.

El título de la crónica era sorprendente: «El último milagro de Santa Teresa». El artículo hace una interpretación extraordinaria de lo sucedido: una anciana se había aparecido al militar republicano Julio Mangada para disuadirle de su imperioso ataque a la ciudad amurallada. Allí habían llegado tropas de refresco bien equipadas, y esto hizo que la columna republicana no emprendiera el asalto a la ciudad de Ávila, pese a que se encontraba desprotegida. 

La crónica de Gerville lo equipara a la hazaña de Jimena Blázquez, heroina abulense del siglo XII, cuando se enfrentó a huestes musulmanas con la ciudad desprotegida. Mandó disfrazar de guerreros a niños y ancianos, ocuparon las almenas de la muralla y engañaron a las huestas del moro Abdallah dando la impresión de que en la ciudad había un gran ejército. El relato alude al diálogo entre Santa Teresa y el general republicano:
—“¿De dónde vienes, anciana?, preguntó el general.
—De Ávila, señor.
—¿Y qué has visto en Ávila, abuela?
—Muchos hombres, muchos, con máquinas infernales que causan la muerte. Están por todas partes, están detrás de todas las piedras de las murallas. Si es para conquistar la ciudad para lo que vais allí, que Dios os proteja.

Y entonces, como en otros tiempos hizo Abdallah, el moro Mangada dio orden de retirada.

—A Cebreros, ordenó—, pero que antes, por sus informes, se dé algo a esta vieja bruja.

Más a pesar de su carga pesada y de la lentitud de su marcha, no pudo encontrar en todo el día a la mujer que venía de Ávila”.
—“He aquí, —añade—, el último milagro de Santa Teresa. Así me lo han contado y así se será, sin duda, escrito en siglos futuros en alguno de los bellos ventanales de su iglesia, encajada en los muros de la ciudad”.


¿Fue Santa Teresa la que obró el “milagro”?
La aparición providencial de la Santa es difícil de creer, pero quizá lo que más sorprende del suceso es que no hubiera trascendido a la creyente población abulense en el momento de los hechos, y sí lo hiciera meses después a través de la publicación francesa. La fascinante historia solo se recoge en la increible crónica del corresponsal francés, Leo Gerville, y de manera feaciente fue producto de su desbordante imaginación, pues, al igual que su vida, no deja de ser increíble, como la calidad y pasión de su relato, en la cual no solo demuestra el conocimiento de devoción por Santa Teresa, sino también por la historia abulense.


FUENTES
BELMONTE DÍAZ, José. Ávila en la Guerra Civil. Bilbao, Beta, 2013.
MATEOS LÓPEZ, Álvaro. Enigmas y misterios de Ávila. Córdoba, Almuzara, 2018.
SÁNCHEZ-REYES DE PALACIO, Carlos. Ávila… cuando emigraban las cigüeñas (1935-56). Madrid, Graymo, 2003

LOS PANECITOS MILAGROSOS DE SANTA TERESA DE ÁVILA


Antonio Rubial García

María de Poblete era una mujer con muchas preocupaciones: tenía un marido tullido, Juan Pérez de Ribera, que no podía trabajar en su oficio de escribano y debía mantener a sus seis hijos. Aunque era hermana del deán de la catedral Juan de Poblete y vivía en su casa, sus necesidades eran muchas. Fue entonces que comenzó a realizar un acto prodigioso que consistía en reconstruir unos panecillos con la imagen de Santa Teresa que le regalara su prima, una monja del convento de Regina. María pulverizaba previamente las piezas y las disolvía en agua en una tinaja. El milagro se realizaba en el transcurso de algunas horas y en los panecillos restablecidos se podía observar la imagen de la santa nuevamente formada en el fondo del agua.

Corría el año de 1648, y después de cinco veces que el supuesto milagro sucedió, el marido de doña María mandó llamar a su amigo el escribano Miguel Pérez para testificar su veracidad. Por más de veinte años se realizó el “prodigio” y en 1674, el arzobispo fray Payo de Ribera ordenó que se hicieran juntas de teólogos para que diesen su parecer sobre el caso. El prelado quería con esto apoyar al deán Juan de Poblete, quien era una pieza clave en su proyecto de consolidar al cabildo de la catedral. 
El jesuita Antonio Núñez de Miranda, quien estuvo en la junta de teólogos, predicó un sermón exaltando el milagro.

Después de la autorización episcopal, doña María multiplicó sus implementos para poder abastecer la creciente demanda. Junto al jarro original, guarnecido de plata, utilizó otro tres, en los cuales también se reconstituían los panecillos. En la casa del deán se acondicionó una capilla para realizar el milagro y se colocó en ella una imagen de Santa Teresa. Después de disolver los panecillos, doña María sacaba a la gente de la capilla y les decía que la santa estaba muy ocupada y que había que esperarla. Incluso a veces, cuando el milagro no se realizaba, la mujer comentaba: “la santa es una bellaca y nos hace muchas burlas”. Los asistentes dejaban algunas limosnas y se llevaban a su casa el agua con el polvo disuelto y la tomaban como remedio cuando enfermaban.

En 1680, fray Payo fue llamado a España y poco después el deán Juan de Poblete moría. Doña María quedaba sin protectores y en 1681 un grupo de frailes carmelitas abrió una causa inquisitorial contra ella por impostora. La mujer no se quería someter a su orden religiosa, la cual se sentía con el derecho de usufructuar los milagros realizados por su fundadora, la santa de Ávila. Los denunciantes decían que la hermana del deán traía siempre una bolsa colgada a la cintura y de ella sacaba los panecillos de manera subrepticia y los colocaba en la jarra. Varias de sus vecinas testificaron que la habían visto realizar esa suplantación, pero no se habían atrevido a denunciarla.

El escándalo que se podía dar si la Inquisición acusaba a la Poblete de falsaria era mayúsculo y eso no se le escapaba al Santo Oficio. Se pondría en entredicho la calidad de las personas implicadas, incluido el deán Juan de Poblete, quien obviamente conocía lo que su hermana realizaba en su casa. Se cuestionaría asimismo la declaración oficial que hiciera el arzobispo fray Payo sobre lo milagroso del caso y con ello la autoridad episcopal quedaría en entredicho. Pero sobre todo se dudaría de la buena fe e integridad de la junta de teólogos que declaró el milagro, entre ellos el padre Núñez de Miranda, que era calificador del Santo Oficio y uno de sus miembros más destacados.

La Inquisición decidió dar carpetazo al proceso y doña María si guió realizando en su casa el prodigio hasta 1687, año en que murió. Su fama de santidad tampoco sufrió merma y fue enterrada en la capilla de San Felipe de Jesús en la catedral. El milagro de los panecitos era una prueba más de que Nueva España era un paraíso beneficiado por Dios con innumerables milagros los cuales demostraban su predilección hacia sus habitantes.

El caso de los panecillos de María de Poblete ejemplifica un rasgo fundamental de la vida cotidiana novohispana: una religiosidad muy crédula que permeaba con intensidad todas las acciones diarias. Nos deja ver también que la línea divisoria entre lo sagrado y lo profano se traspasaba con gran facilidad y los efectos corrosivos de la familiaridad llevaban a los creyentes a los límites de la blasfemia o de las devociones practicadas de manera mecánica, casi mágica.

 La frase “la santa es una bellaca y nos hace muchas burlas” que uno de los testigos en el juicio inquisitorial escuchó decir a doña María de Poblete es una clave que nos permite atisbar la relación, entre familiar e irreverente, que muchos fieles tenían con sus santos.